Los barros ancestrales
Crítica Antonio Gascó – Crítico de Arte.
Llàcer que hoy es una de las figuras más representativas de la geografía ibérica en el menester de la escultura del barro, presenta una colección de piezas en las que la ancestralidad posee un palpito tan sugestivo como intenso en la íntima y característica tribulación de sus formas, irregulares y agresivas de perfil prehistórico.
En la cerámica de Llàcer lo escultórico ofrece perfiles de geográfica tragedia. El artista es un romántico de las texturas, del poder de los volúmenes, de la intensidad de lo pictórico. Diríase que la pintura del informalismo de Tàpies se ha convertido en tridimensional en las vasijas de nuestro escultor. El deambular por la riqueza de las gamas de color, producidos por la magia de los engobes, los chamotados, los gresificados… las texturas de las tierras la humanización del objeto popular intensamente deformado, disfrazado de ruina excitante.
“Sus cerámicas son potentes en su sensitivo modelado de vocación arqueológica”.
La cocción y la magia del fuego resuelve procedimientos en los que el tiempo parece detenerse en una narrativa novelesca, que impacta por las connotaciones figurativas que nos llevan a una vivencia arqueológica. Ese doble juego de la actualidad y la arqueología, de la plasticidad y la tragedia y el paradigma… generan una inquietante geografía de imágenes en las que el ser mismo de la cerámica se convierte en una paranoia objetual.
En el tacto que piden los objetos, el espectador se encuentra con sus propios ancestros, ligando el hoy cibernética al pasado más primitivo. El eterno retorno. El existencialismo, convertido en imagen. El póveda glorificado en la estatutaria del barro. El palpito del cuento arqueológico que aún conserva el latido de su alma inmortal… Todo ello es el propósito de Llacer: artista emotivo y temperamental en una obra, poderosa en su desvencijada intensidad en la que no falta la exquisitez y la glorificación de la técnica.